lunes, 22 de diciembre de 2008

RÉQUIEM PARA UN NIÑO POETA

Como escribir un réquiem
para aquel que no ha nacido todavía
y ya lleva la fruta del hechizo
pudriéndose de velas,
de una magna arquitectura
en la música perpetua de la ira.

Yo te invoco suave
como a un niño lejano,
como un labio
que en el alba se destroza
cansado de raíces,
quizás las nuestras que giran
en un pozo temido, más allá,
sin que los muertos aprendan
el color de las llagas en tus ojos,
la brasa de un cuchillo acariciable
en la soledad del cuello,
no sé si el tuyo o el mío,
pero siempre llevándonos
al la última orilla,
donde oímos en secreto
a las estatuas mutilándose
por querer ser nuestra fe.

Entonces no sabes andar en los sepulcros,
preguntas al fulgor del mármol,
llamas a los poetas que juzgaste
besándoles el cráneo, pero es tarde,
ellos pasan al lado de tu sombra
como ciervos vulnerados,
y a solas entran en las casas más pobres
desprovistos de cadenas.

Los jardines devoran
la última migaja de pan
que era la tuya;
y sales corriendo
con el alma sin brazos por la calle,
entre los sobrios ventanales del dolor
sin encontrarme.
Niño que nunca fuiste mío
pero sangras encima de mí;
hoy he de escribirte un réquiem
aunque jamás vayas a nacer,
aunque sea una mentira
que yo haya sido tú,
aunque no sea verdad
que la fragancia de tu muerte
todavía siga aquí,
y sea una mano desconocida
la que cierra con odio
este poema.

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Y qué fácil desciende ahora el corazón,
cuando regreso atado
de noches vacías en tu vientre,
de horas que escalé
con los oídos tapados
para no oír ladrar
a los libros que dejé;
ahora que debe estar haciendo frío
en las notas de Chopin,
en aquella casa que rendía
cada tarde su moneda de sueño,
la casta sensación de ir envolviéndonos
en un vaho germinal
sólo de gracia, raíces;
dunas donde creíamos propicia
la soledad.

Si vieras la astilla
del poema a tientas,
subirías por todos los balcones,
llamándome en el gemido
de un pájaro único,
que destrozara con sus garras las banderas,
los muchos edificios
de esta sombra,
las derivas confundiendo
tus pechos frente a la inocencia,
frente a los pocos días de sol,
sí, tus pechos,
cubiertos de la gloria que te di,
de la nieve de lo impuro,
tus pechos, si los vieras
en la bruma de toda la sed
que no se ha ido desde entonces.

Y qué real es ahora vencer,
alucinar irreverentes
por las enormes galerías
de la resurrección,
burlarse, escupir,
caer de bruces
donde todos corren
con una mujer ardiendo en la mirada.

A mí mismo me encontrarás
buscando todo lo que fui
de aquellos días
sin poder contenerme,
yo que escogí sabiamente mis ruinas,
yo que lamí el vientre
de toda la impureza por nombrarte,
palpando a solas
una leve respiración, como la muerte,
como esa seda invisible
que guardas en el tiempo
y en el perfil de un aire sucio.

Por ahora es muy fácil odiar
los pies con que recorro,
sin prisa,
las mansiones del dolor
que tú conoces,
y empiezo hoy a escribir
totalmente saciado de pupilas,
como un ciego al frente del mar.